Llamamiento
Quiero hacer un llamamiento. A ti, que no me conoces. A ti, que eres viejo y crees que los jóvenes deberíamos saber más sobre la Guerra Civil. A ti, que eres taxista y estás enfadado con el Gobierno y/o con la oposición. A ti, que me conoces sólo de vista del curro o que te suena vagamente mi cara del colegio. Por favor, si nos cruzamos en transportes urbanos, no me hables. Sé que es duro no tener a quién dar la chapa, pero de verdad, no te voy a dar una mierda de conversación y vas a perder el tiempo.
Hay gente que dice que si un viejo te habla e intentas que te deje en paz es que no respetas a tus mayores. Que los que no soportamos que un taxista nos vaya abrasando (Quic tiene razón: son los tíos con más libertad de expresión del mundo) es que somos unos clasistas (?) Que opinen lo que quieran, pero yo ya no. Me cuesta un esfuerzo horrible entablar conversación con una persona que no me interesa un carajo. Y ya tengo que hacerlo bastantes veces por imperativos laborales o sociales, como para hacerlo también cuando me desplazo. Ayer cometí un error. Salí del curro y cogí el autobús. Esquivé a un par de tías del trabajo y me puse a hacer el sudoku de El Mundo. En ese momento, reparé en mi fallo: el viejo que había a mi lado estaba haciendo idéntico sudoku. “Maldición, maldición, seguro que me hace algún comentario”, me dije. Dicho y hecho. El tío se puso a hablar sobre pasatiempos y yo “sí, je, je” a todo.
Odio que me pase eso. Sólo he tenido una experiencia medianamente graciosa con desconocidos en transportes públicos. Iba leyendo en el metro y, cuando me iba a bajar, de repente alguien me gritó algo al oído “¡Uhgga eestás eendoooo!”. Levanté la vista y había un tío con greñas y una sonrisa. Me horroricé y salí despavorida. En las escaleras me di cuenta de que lo que me había dicho era “¡buen libro te estás leyendo!” “Se estaría riendo de mí porque iba muy enfrascada en la lectura. Que le den”, pensé. Después del trasbordo, esperando el segundo metro, alguien me volvió a gritar desde atrás y con el mismo tono de voz “¡Te has asustado antes, eh!” Sobrepuesta del segundo respingo, me di cuenta de que era el greñudo. El chaval era tan entusiasta que le dejé que hablara. Sólo quería hablar de libros: yo leía uno de Saramago y el chico era fan. O quería ligar o no tenía a nadie con quien comentar esas cosas, porque en cinco minutos me contó todo lo que había leído en su vida (que no era mucho). De la lectura pasó a contar su vida. y nos hicimos amigos. Amigos de metro. De vez en cuando nos encontrábamos y comentábamos nuestros libros. No me acuerdo de su nombre y nunca tuvimos nuestros teléfonos ni nada de eso. Sólo éramos amigos bajo tierra. Un día le vi con sus coleguitas tomando copas por ahí. El tío se volvió loco. “Ven, por favor, que te tengo que presentar”, me dijo haciendo caso omiso de las miradas de mi santo, que desconocía la existencia de semejante ser humano. “Mirad, esta es mi amiga del metro. ¡Ahora qué, os creéis que existe o no!”
Menudo personaje. El bueno de mi amigo el del metro se marchó a Inglaterra y nunca más supe de él. Mereció la pena conocerle. Pero esto, en transportes públicos, ocurre sólo una vez cada 100 años. Ya no vuelvo a hablar con nadie.
Sue
8 Comments:
Yo he sufrido a la mujer que comentaba sobre mi bolso de punto y lo bien que tejía mi madre y sus parecidas aficiones, al que te dice mil remedios cuando tienes tos o te suenas los mocos...
La diferencia es que a mi si que me gusta entablar conversacion con desconocidos :)
Un saludoo!
Hay gente que vale y gente que no vale para eso. A D. también le encanta hablar con la gente e incluso escucha con mucha atención las batallas de los viejos en el metro. Dice que soy una vinagrilla, pero no es cierto, es que soy tímida, me cuesta mucho trabajo saber qué decir en cada momento y vale, sí, soy vaga. ;D
Yo tampoco soporto que me hablen desconocidos. Y no sólo en los transportes públicos, tampoco en el ascensor, ni en las colas de lo que sea ni en el taxi ni en ningún lado.
Tampoco soporto a los vecinos que pretenden hacerse tus colegas porque sí.
¡Que no, leñe, que tengo mi propia vida y no pienso incluiros en ella! Que coñazo, por Dior.
Eso sí, a mi lo que me gusta es cotillear desde fuera. Escuchar todas las conversaciones ajenas y observar a lagente.
Durante mucho tiempo veía todas las mañanas en el metro a la misma pareja, ella siempre comía una manzana, y él llevaba una botellita de agua, iban siempre descojonados durante un par de paradas. Luego él se bajaba, ella acababa su manzana y sacaba el libro de turno. Parecían felices. Les cogí cariño y todo.
Muy de acuerdo: meterte en vidas ajenas durante 10 minutos es lo mejor si no llevas libro, música o sudoku. Y escuchar conversaciones en el metro te da para escribir medio blog. Que se lo digan a tu santo.
Más que "Llamamiento", este post debería haberse titulado "Viva el autismo".
Este fin de semana le seguí la conversación a un taxista y me perdonó euro y medio.
No cuesta nada ser educado, y a veces se le saca hasta rendimiento.
Una cosa es ser educado (es lo que hago cuando doy los buenos días) y otra es aguantar brasas. Enhorabuena por tu euro y medio, pero te aseguro que prefiero pagarlo. Pero vamos, que sí, que un poco autista sí que soy, para qué negarlo.
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