El no-puente y por qué no me parezco a mi familia
Es de todos mis lectores conocido que trabajo 200 horas a la semana, fines de semana y festivos incluidos. Esta vez, sin embargo, mi libranza coincidía con lo que los oficinistas (término despectivo con el que me refiero a España en general) llaman “puente del Pilar”. El plan era el siguiente: el miércoles después de currar, cumpleaños sorpresa de Yiyi, el hermano de D.; el jueves comida familiar para celebrar el santo de mi abuela (tampoco se llama Leovigilda) y después, excursión campestre de tres días con amigos de D. para buscar setas y, tal vez, morir envenenados.
“Me gusta que los planes salgan bien”, decían en el Equipo A. A mi también, no te j*de, pero no siempre se arregla. El cumpleaños sorpresa fue lo único que se cumplió. Yo, que no conocía a mucha gente, comí, bebí y hablé poco, pero bien. D., en cambio, dio un speach sobre fórmula 1. Cuando empezó a disertar me entró mucho sueño y, como nos íbamos a quedar a dormir (Yiyi y Nat viven en un pueblo a tomar por c*lo), me hubiera acostado, pero no podía. La buena de Nat había dicho a todos los invitados que se quedaran y, obviamente, no había sitio. Unos cuantos declinaron la invitación y se largaron a una hora prudencial, pero el resto nos quedamos ahí mirándonos y pensando “a ver cuándo se van estos cansinos a su p*ta casa”. Nadie cedía. D. seguía disertando y el resto, pensando. Así, hasta las 7 de la mañana. Finalmente me sobé en una butaca de diseño muy incómoda hasta que alguien me despertó y me dijo que los parientes cercanos teníamos derecho a cama. Haberlo dicho antes, j*der.
Pocas horas después me llevé el sustazo que ha truncado mis planes. Mi abuela estaba ingresada en el hospital con la cadera rota. Nos levantamos de un brinco y nos pusimos allí en media hora. Eso sí, sin duchar y oliendo a alcohol que tirábamos para atrás, pese a nuestro burdo intento de disimularlo con chicles orbit. Decidí, como era lógico, no ir a por setas, pero el viernes, que ya estaba todo más calmado, le dije a D. que se marchara él. Así lo hizo y me dije “bueno, al menos me tomaré unos días de relax: ni trabajo ni vida social”. Pero no. El viernes, después de la operación, que fue un hito de la traumatología moderna, me pareció un drama quedarme en casa y convencí a Klint de tomar unas copas. El sábado pensé que ya no saldría más y me fui de compras: un bonito y caro regalo para el cumpleaños de D. y unos trapitos para mi. Sin un euro en el bolsillo, volví al hospital dispuesta a ser una buena nieta.
Pero tampoco se iba a cumplir. Llegó mi primo Rick, un joven de amplia sonrisa muy popular entre las mozas. Me propuso ir a un concierto “de jazz” y, de repente, quedarme un sábado en casa y sin D. me pareció un drama otra vez, así que acepté. La invitación era interesada: el muchacho iba a conocer al novio de su ex y quería ir con compañía femenina. “Lamento desilusionarte -le dije- pero ella ya sabe que no soy más que una prima-plan B para no ir solo al concierto. Si quieres llevar a una chica de verdad tengo la solución”. Llamé a la Señorita E. y me dije “qué gran estratega eres, Sue. Deberían ficharte en un portal de búsqueda de pareja”.
El concierto resultó no ser de jazz. Tocaban mayormente rock, pero muy bien. Se llamaban L. A. Kombo o Kosmo o Kambo o algo así. No prendió, como yo pretendía, la llama del amor, pero sí la de la verborrea. La Señorita E. y Rick rajaban y me pedían bebidas, y yo, callada, me las bebía. Acabamos en el Vendetta, en La Latina, un antro deleznable cuya única virtud es la hora de cierre. Hasta que les pedí amablemente que se callaran de una vez y me acompañaran a un taxi, que ya no estoy para estos trotes. “Qué distintos sois tu primo y tú”, suspiró Miss E. “Él tan simpático y tú un cardo borriquero”.
Tiene razón. No me parezco nada ni a él ni al resto de mi familia. Lo he analizado y pensaba explicarlo, pero me ha quedado un entradón infumable, así que lo dejo para una segunda entrega.
Sue
4 Comments:
Mira que me jode que se cite mal a los clásicos: "Me ENCANTA que los planes salgan bien". ¡Cojones!
Es como cunfundir la naranja guasintona (o washingtona) con la pera de agua.
Qué tiene de sorpresa un cumpleaños? No es siempre el mismo día un cumpleaños?
Quic: yo ni me acordaba de la frase, es D. el que la dice siempre y yo creo que la dice así. Ya le corregiré tamaño error.
Haters: era una fiesta sorpresa de cumpleaños. Una de esas escenas en la que el fulano entra en su casa, cansado de currar y deseando acostarse y tiene a 20 amigos agazapados en un salón a oscuras dispuestos a acabar con su mueblebar esa noche. Luego, enciende la luz y todos dicen "¡sorpresa!"
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