El rey de los animales
Os voy a contar la historia de cómo una humilde criatura pasó de estar literalmente en las fauces de una serpiente a ser el animal que mejor vive de España.
Mi hermana pequeña es una perroflauta de manual. En los últimos años su tendencia al perroflautismo se ha exacerbado: lleva rastas, viste "esos" pantalones y dice cosas de tal buenrollismo que parece que se está riendo de sí misma. Pues bien, hace un par de años ella estaba terminando la carrera de Biología, rama de Zoología (talmente como Ana Obregón). Para hacer prácticas empezó a trabajar en un lugar donde recogen animales salvajes que han sido abandonados por sus dueños.
Como en Madrid hay mucho gilipollas, el sitio siempre está lleno de cocodrilos, iguanas, serpientes y bichos así. Allí se encargan de cuidarlos, darles cobijo y... alimentarlos. El presupuesto es limitado y la dieta de la serpiente, como la de sus compañeros, se componía básicamente de piensos compuestos. Pero una vez a la semana, para darle una alegría, le soltaban un bebé conejito vivo para que se lo zampara. Esa era una de las tareas de mi hermana, dar de comer a la serpiente.
Al tercer bicho que sacrificó, lejos de acostumbrarse, se apiadó de la siguiente vícitma, un conejo negrito que daba mucha pena. Le puso nombre y convenció a sus jefes para que la dejaran indultarlo. Al final los jefes cedieron. Eso sí, con la condición de que se lo llevara a casa, que nadie quiere bichos con dientes.
Y así lo hizo. Mi hermana es la única que aún vive (bueno, a ratos) con mis padres, así que los tuvo que convencer. Cuando éramos pequeñas, mis padres siempre se mostraron bastante inflexibles en lo de no tener animales. Ni perritos, ni gatitos, ni nada. Sólo tuvimos una tortuga muy maja. Pero ahora que son viejunos parece que es más fácil ablandarles y, cuando oyeron que si no admitían al conejo iba a ser devorado, le abrieron las puertas de casa de par en par.
Total, era un conejito muy pequeño que no molestaba en absoluto y era tan suave... Pero pronto se reveló la verdadera personalidad de Mus, que así se llama el bicho. Con la buena alimentación creció y engordó hasta alcanzar 15 veces su tamaño. La jaula se le quedó pequeña y campaba a sus anchas por toda la casa. No se trataba de uno de esos conejos enanos que venden en las tiendas de mascotas para tener en casa: es un conejaco de granja más grande que un perro mediano. Se ha comido varias prendas de vestir y no menos de tres sillas (lo juro). Mordió un cable y dejó sin electricidad la casa (de verdad, no me invento nada).
Tan es así, que mis padres decidieron darle una habitación para él solo. Y en verano tiene su propia casita en el patio. Él es el dueño y señor. Y ojo, el señorito Mus no come cualquier cosa. Le gustan las zanahorias (peladas), la manzana y los canónigos, pero si come lechuga o judías verdes se muere. No se le pueden echar las sobras de la comida, Mus no es un cubo de basura. Sólo vegetales frescos de primera.
Y os preguntaréis, ¿por qué os cuento todo esto? Pues porque mi hermana, la perroflauta, está ahora mismo en los Andes tocando la flauta con cuatro indígenas y no piensa volver a España hasta que haya recorrido el hemisferio sur de cabo a rabo. Y mis padres se van hoy de vacaciones. Y mi otra hermana también está fuera, así que hoy Mus se viene a vivir conmigo pese a las protestas y súplicas de D. y de mí misma. Pero de nada ha servido decir que no queremos que se coma nuestra ropa ni que raye nuestra tarima.
Así que ya me véis, dedicada en cuerpo y alma a mi invitado especial, Mus, el animal que mejor vive de España y parte del extranjero. ¿Alguno tiene alguna receta al ajillo o algo?