Monday, May 29, 2006

Axl Rose viejuno


Mientras otros blogueros se dedican a escribir sobre Cannes, yo, que vivo anclada en el pasado, dedicaré este post al concierto que dio lo que queda de Guns n' Roses en Madrid el pasado jueves.


Tras leer perpleja la destructiva crónica en elmundo.es, me planteé varias cosas:

1.- A mí me enseñaron que este tipo de género periodístico nunca podía ser completamente negativo, sino que tenía que equilibrarse con aspectos positivos. Pero bueno, una vez que uno se pone a la tarea con los dedos echando chispas, who cares!

2.- Es muy fácil criticar al grupo ahora que Axl Rose está solo, está gordo y tiene más años que el sol. ¿Habría criticado la gente a este
yogurín por muy tarde que hubiera empezado el concierto? No sé yo....

3.- El público exhortó a Axl Rose con "gritos de 'gordo' y pidiendo el regreso de Slash" (elmundo.es). ¿Los fans son tontos o qué? Ya sabían que Slash abandonó el grupo hace tiempo... ¿Pagan la entrada y luego lo echan de menos? En fin...


4.- Dureza en el último párrafo. "(...) Dos, y por mucho que duela, que los grupos tienen un ciclo. Empiezan, arrasan y deben acabar cuando están en lo más alto. Tres, nos hacemos mayores y la paciencia se nos acaba. Las maneras de divo de Axl Rose hace tiempo que nos resultan patéticas". Vaya, la periodistilla hablando en primera persona, como una fan más. Lo repito: ¡Pues no vayáis al concierto, j****! Ya sabemos que los grupos tienen un ciclo y blablablá, por eso yo jamás iría a un concierto de The Tears.

En fin, chicos, no es que yo haya sido nunca fan de los Guns n' Roses, pero aún así me quedo con la copia:




Por cierto, Arbusto podría ser perfectamente una estrella del rock. Quizá alguno de vosotros también sea un rockero en potencia. Mirad este otro vídeo.

CC.

Thursday, May 25, 2006

Hagiografía de Santa Sue


Está feo hablar de uno mismo y, mucho más, hablar bien. Pero dado que he sido vilipendiada desde algún blog, me veo en la necesidad de enumerar una serie de hechos que confirman mi bondad innata. Que soy un cacho de pan, joder.

-Compartir es vivir. En 1º de parvulitos, la seño me dio dos sugus (por buena). Reservé una para mi hermanita. Más tarde perdí el mío y, en lugar de quedarme el de la pequeña Hei, me quedé sin sugus. Este talante generoso me ha acompañado toda mi vida. Así, por ejemplo, compartí (en forma de cañas) con mis colegas del curro los 60 euracos que gané en la porra de OT1.

-Buscadora de trabajos. He encontrado curro a un montón de gente. Entre ellos (aunque quizá no esté precisamente agradecido, pues el puesto se adecuaba más a un latinkín que a su perfil intelectual), a Arbusto. Que me acuerde, también a mi prima y a una chica que no conocía demasiado, pero que era la única persona de mi alrededor que sabía portugués. Además, a mi hermana pequeña le sugerí el negocio que le proporciona sus ahorrillos de estudiante y que amenaza con convertirse en el sustento de la familia como sigan las cosas así en los curros «serios»: fabricar y vender bisutería.

-Nunca me enfado. Nunca, nunca, al menos con mis amigos. No me enfado aunque quede y me den plantón, aunque pongan la música muy alta o aunque se rían de mi (no conmigo) por alguna de mis meteduras de pata habituales. Y si alguna vez me enfado, me arrepiento al minuto.

-No me gusta putear a la gente. En mi curro ha venido un tío nuevo. Todo el mundo dice que hace un año que no se ducha. Tal es su hedor que su propio jefe se está planteando cómo decírselo de forma delicada. Pues yo me opongo. Nos jodemos los demás, ya se dará cuenta. Creo que no le diría a nadie que huele mal, que tiene bigote (si es una chica), que tiene caspa, sarro ni nada por el estilo.

-Siempre me gustan mis regalos. Nunca me quejo de lo que me regalan; no he cambiado un regalo en mi vida. Es cierto que casi siempre aciertan. De todos modos, aunque no sea lo que hubiera comprado yo, siempre pienso que lo han comprado pensando en mí, así que le saco el lado bueno.

-Si tengo que perder la vergüenza por hacer una buena acción, la pierdo. Eso es exactamente lo que me pasó en la Feria del Libro del año pasado. Paseaba con D. por el Retiro y él, amante del cómic español, se acercó a Jan, el autor de Superlópez, que estaba firmando ejemplares. Esperamos la cola y le firmó su cómic, pero no le hizo ningún dibujo, aunque a los demás sí se lo había hecho. D. se fue cabizbajo y yo le insistí en que volviera y se lo pidiera, pero le daba reparo. Así que cuando cerraron y Jan se largaba, le arrebaté el comic y me puse a perseguir al autor.
«Eh, oiga, oiga...» Ni caso. «¡Oiga, señor Jan!» Ni puto caso. «¡¡¡POR FAVOR, SEÑOR JAN, HÁGAME UN DIBUJOOOOOOOO!!!" Ni se inmutó. Entonces me vi en la obligación de zarandearle un poquitín y el tío se dio la vuelta, aterrorizado. «Por favor, ¿me puede dedicar un dibujo?», le sonreí. Confuso, me intentó decir que no con gestos hasta que se acercó, jadeando por la carrera, un tío de la editorial, que gritaba «¡que es sordo, joder!» Qué bochorno. Pero el caso es que finalmente todo se aclaró, el tío dibujó (un boceto tembloroso como pocos, tendríais que verlo) y mi D. se fue tan feliz.

Sue

¡Felicidades a todos!

Hoy es el día del Orgullo Friki. Celebradlo como merece la ocasión.

P. D. En breve prometo actualización en condiciones.

Sue

Tuesday, May 23, 2006

Listín telefónico


Buah, vaya noticia...

En el pueblo de mis abuelos existe ese tipo de guía telefónica desde hace años.
Lo conté aquí.

CC.

Monday, May 22, 2006

Bodorrio weekend


En plena temporada de bodas y comuniones, estaba claro que D. y yo no nos íbamos a librar tan fácilmente. Por suerte no conocemos a ningún niño de 8 a 10 años. Pero sí a muchos jóvenes en edad de merecer, y todos nos invitan a sus enlaces, especialmente los amigos más de D., que los míos son más de amancebarse. O lo son hasta que descubran la gran rentabilidad de un bodorrio typical spanish.

Este sábado acudimos a uno. La cita era en una capital de provincia cercana a Madrid. El día empezó temprano y con resaca (la noche anterior fuimos, por iniciativa de Quic, al bar de Yurena). Fui a la pelu y me dejaron muy mona. El problema es que la peluquera, que es amiga mía, me prohibió no sólo echarme la siesta, sino también apoyar la cabeza. Como resultado, volví a mi casa conduciendo abrazada al volante y comí con los ojos fijos en el plato. Luego me puse divina y salimos D. y yo con mis cuñados Yiyi y Nat.

En la puerta de la iglesia esperaban los demás invitados. Hicimos el paseíllo, saludamos, fiché el atuendo de cada una y nos fuimos directos al bar. D., que últimamente apenas bebe, se sintió fuerte y empezó a tomar cubatas. Eso no iba a acabar bien, pensé. Calculé cuándo saldrían de la iglesia y les convencí para, al menos, ir a saludar. Así lo hicimos, pero el saludo fue breve. Mientras yo iba al coche a cambiar mis zancos de 10 centímetros por unos zapatillos planos ya se habían metido en otro bar. Nat y yo intentamos hacer ver a la chavalería que teníamos que coger el autobús “ad hoc” para llegar al sitio del “convite”. Pero a esas alturas no razonaban. “Pero si el autobús hace varios viajes, va y viene”. Una hora más tarde constatamos que eso nunca ocurriría, que fue sólo el fruto de la mente enajenada de un alcohólico. Por un momento pensé que no íbamos a llegar nunca. Que no iríamos a la boda y nos limitaríamos a salir de copas con corbatas y chales por esa ciudad, que los novios nos retirarían el saludo después de celebrar un banquete compuesto sólo por invitados mayores de 50. Finalmente a alguien se le ocurrió llamar a gente que apenas conocemos para que volvieran del cóctel y nos recogieran. Gran idea, útil, aunque bastante humillante, teniendo en cuenta que nosotros llevábamos coche, pero íbamos tan cocidos que ninguno de los cuatro lo habría querido conducir. Y aún era de día.

Cuando llegamos no quedaba ni un mísero canapé. En fin, al menos llegamos a cenar. Después, barra libre y baile. Yo no sé bailar, lo evito porque hago el ridículo, pero no sé cómo me tocó hacerme con todo el repertorio de pasodobles, reaggetones y demás con varios miembros de nuestro clan rural. Por si fuera poco, D. se puso impertinente. “Mira a Fulanita, cómo aguanta con los tacones, no como tú. Y mira, mira a Menganita, qué zancos lleva”. Por desgracia en la fiesta abundaban las menores de 24. Es un grupito al que las más reviejas llamamos las popstars por pura envidia (aquí sí que no puedo negarlo). D. estaba en pleno ataque de sinceridad y en un momento dado soltó “la XXX está como un tren”. Lo peor es que era cierto. Qué le voy a decir.
A parte de eso, no nos libramos del “Y vosotros, ¿para cuándo?” No hay boda sin esta simpática pregunta, y ya estoy un poco cansada de buscar respuestas originales para decir, sin ofender “vete a meter las narices en otro sitio”.

Llegó el momento de volver. Fue entonces cuando nos enteramos de que nuestra tarde etílica había salido más cara de lo que pensábamos. A resultas de nuestro retraso, los novios tuvieron una discusión telefónica subida de tono con el autobusero, que juró no volver. Tuvimos que apretujarnos en los coches de invitados mayores y camareros, y a cada uno nos dejaron en una punta de la ciudad. Aún no sé cómo, volvimos a reunirnos y seguimos bebiendo hasta que el sol picó bien.

Dormimos en una casa semiabandonada de la familia de D. Él y yo, Yiyi y Nat, varios primos/as y una chica que no era de la familia, que fue aceptada por el simple hecho de estar buena. Unas horas más tarde, y después de constatar que habíamos dormido con la puerta de la calle abierta, les llevé a todos a mi sitio favorito de la ciudad: un antro que Copycat calificaría de “churretoso”, regentado por rumanos. Nos sentamos y no dudé: “Tráigame dos litros de agua y una hamburguesa con un huevo frito encima, por favor”. Es el mejor remedio para un fin de semana así. Os lo recomiendo.

Sue

Tuesday, May 16, 2006

¿Hijo de p*ta? ¡Hay que decirlo más!

Lo sé, soy la persona que más vocabulario chanantiano ha incorporado a su discurso habitual.

Escuchad este archivo en el que una locutora automática enumera tacos incluidos en su filtro de contenidos para Internet.

Esta es la noticia completa.

CC.

Bitch*s universitarias I


Por razones que no viene al caso señalar, pasé la mitad de mi carrera en una residencia universitaria. Está bien, lo diré: era un auténtico paquete y no sabía cómo iba todo eso de buscar piso, así que allí me metí yo, en una pequeña residencia totalmente nueva que estrenamos un grupo de 34 chicas, todas novatas.
Había gente de diversas ciudades y provincias, cada una de diverso pelaje… ¡y qué pelaje! A pesar de que aquel primer año me dediqué básicamente a estudiar (ya he contado alguna vez que era una agonías repelente), a las pocas semanas ya conocía bastante bien a todas las chicas, que a grandes rasgos se podrían clasificar en Normalitas y… Las Demás. Haré aquí un breve repaso del segundo tipo.

- Devorahombres: Era mi vecina de habitación, una tía con un cuerpo de escándalo que salía cada fin de semana con unas minifaldas que parecían un cinturón. Iba a lo que iba y, lo mejor de todo, lo llevaba escrito en la cara, en los gestos, en la forma de hablar. Era la más normal, comparada con lo que viene a continuación.

- Americanas: Había una rubia que no saludaba ni hablaba con nadie, salvo para pelearse con su compañera de habitación, una mulata de padre americano (las pusieron juntas a propósito, pensando que se llevarían bien). La raíz de todas sus trifulcas es que la primera iba de vegetariana (digo “iba” porque luego se zampaba a escondidas los filetes doblaos) y la otra era carnívora. La vegetariana llamaba a la otra asesina durante las comidas.

- La aséptica. Lo de esta chica era un caso digno de estudio. Contaba sus batallitas sexuales durante la cena y un día nos soltó que ella mandaba a todos sus ligues a hacerse la prueba del sida antes de irse con ellos a la cama. Genial, tía, con lo fácil que es usar un condón. Nunca dijo que tuviera alergia al látex, así que a la tía le iba el rollo “a pelo”, pero con seguridad. Sin embargo, el dichoso test implica varias cosas: 1) El tío se gasta una pasta, 2) El tío tiene que esperar unas semanitas hasta que le dan los resultados, 3) Mientras tanto, el tío se va con otra menos remilgada. Porque repito: hablaba de ligues, no de novios. Por otra parte, el test del sida no detecta la hepatitis C ni la gonorrea ni otras infecciones de nombres
muy divertidos.

- La loca. Esta colega llegó una noche con la camisa abierta y el pelo revuelto, diciendo que la habían intentado violar. Al día siguiente estaba fresca como una lechuga, gastando bromitas cuando intentabas sacarle el tema con tacto. Ya conocíamos su afición a contar movidas raras aderezadas con gestos de lo más extraños (¿una
Noelia de Mingo en potencia?), así que pasamos de ella.

- Autista: Tuvimos un ente que un día llegó, deshizo su equipaje, puso unos libros en su mesa y no la volvimos a ver. Según las más cotillas, estaba en la ciudad de lunes a jueves y luego volvía a su pueblo. Jamás la vi entrar ni salir, y eso que también era vecina mía.


(Continúa en la siguiente entrada...).

Bitch*s universitarias II

- La “peque”: Una chiquita que se pasó llorando medio curso porque no se adaptaba. Nos contó que en realidad era un año menor, porque su madre logró meterla en la EGB cuando aún no sabía ni ir sola al servicio. Descubrí que la verdad era otra: entre la madre y el novio la habían convertido en un ser totalmente incapaz de decidir qué ropa ponerse cada mañana. El pesado del novio la llamaba TODOS LOS DÍAS, a la hora de comer y de cenar, SIEMPRE cuando la pobre estaba comiendo y SIEMPRE cuando empezaba a charlar con las demás. Acabó confesando que era “un poco” celoso.

- Las anoréxicas: Había varias, pero dos de ellas compartían habitación y era increíble ver cómo competían por ser la más flaca. Lo curioso es que ambas estudiaban enfermería y una de ellas tomaba anfetaminas para adelgazar y mantenerse despierta varias noches para estudiar.

- La cerda presumida: Una chica muy coqueta, de ésas que se sienten desnudas si salen sin maquillar, resultó ser una auténtica gorrina. Lo descubrimos en la época de exámenes, cuando acumuló tantas tazas de café en su cuarto que nos dejó a todas sin nada. Iba siempre en pijama y no voy a contar a qué olía después de tantos días… Encima le dio por depilarse y llenó hasta la pared de cera, nadie sabe cómo.

- La pija arrepentida. Iba a mi facultad, pero nada más llegar conoció a varias alumnas de Bellas Artes. Le gustó el ambiente hippy y acabó llevando ropa de segunda mano, las piernas sin depilar y la sobaca mora. Echaba pestes de las pijas y lanzaba soflamas contra el capitalismo (helado del McDonald’s en mano, eso sí). Fue el mayor caso de degradación humana que he visto nunca. No sé qué fumaba (o se chutaba), pero el caso es que solía verla tirada por los pasillos con los ojos vidriosos y el pelo churretoso, dejando que la gente se tropezara con sus piernas al pasar. Todo muy chungo.

- Mi compi. Una sevillana que, para renegar de Sevilla, recurría a sus orígenes extremeños (¿?). Se echó un novio vasco, al que llamaba “vasco de mierda” o “imbécil del norte” por motivos tan sólidos como el hecho de escribir cartas en mayúsculas. Otra razón era que llamaba con poca frecuencia. La cabrona tenía un calendario donde marcaba los días que llamaba ella y los que llamaba él. El chico parecía súper majo, pero se acabó hartando de ella. Yo también.

CC.

Sunday, May 14, 2006

Miedo a volar

Me contaron que un profesor de la escuela de ingenieros aeronáuticos, directivo de una empresa, siempre hacía la misma pregunta a los jóvenes recién salidos de la universidad en las entrevistas de trabajo: "¿Tienes miedo a los aviones?" Los que le respondían que no eran de inmediato excluidos de la selección. "Un ingeniero aeronáutico que no tiene miedo a volar -explicaba el astuto profesor- es que no ha aprendido mucho sobre aviones".

Desde que me contaron esa historia, mi "respeto" a los aviones se ha incrementado notablemente. Tanto que, en los últimos tiempos, cada vez me sienta peor subirme a un avión. Este era uno de los pocos miedos a los que aún no había sucumbido, pero después del breve trayecto de hoy Madrid-Asturias, creo que tendré que añadir el pánico a volar a mi lista de miedos (a los perros, a las alturas, a las agujas, a las puertas de los ascensores, a Cuarto Milenio...) Las turbulencias me han dejado pálida y, lo peor de todo, es que creo que no han sido para tanto (al menos nadie ha comentado nada al respecto). Soy yo que cada día soy más miedica. Todo el rato voy pensando "estamos a decenas de miles de metros del suelo. Qué muerte más horrible, a la par que lenta, si este cacharro se estrella".

Contra el miedo a volar la única receta que me sé es emborracharme antes de subir al avión, cosa que no siempre es posible ni está bien visto. Luego están los tranquilizantes, pero no me veo. Mi padre, gran aficionado a todo lo relacionado con las alturas, propone que me tire en paracaídas, opción no válida la mire por donde la mire. El caso es que, si una catástrofe aérea no lo remedia, me quedan unas cuantas décadas de subir en avión por trabajo. En vacaciones puedo hacer lo que me dé la gana, pero me gustaría ir a muchos sitios para los que la única opción es el avión, así que necesito quitarme esta nueva fobia. ¿Se os ocurre algo?

Sue

Friday, May 12, 2006

El mosqueo de la Señorita E.

Maldita sea, tengo desatendido el blog. Y no por falta de temas. Las últimas semanas en el trabajo dan para escribir un libro de anécdotas. Un libro de humor, de terror, no lo sé, pero un libro gordo seguro. Pero no puedo contar nada. ¿Por qué? Algunos ya intuiréis la respuesta. El descubrimiento de este blog por parte de mi querida Señorita E. me acojonó.

Ella se cabreó por una chorrada que escribí sobre ella y que desde ya retiro. Estaba yo sentada en mi mesa de curro, frente a ella, y aproveché un rato ocioso para echar un vistazo a vuestros comentarios. Entonces vi el de ella, airado como pocos. La muy … no me había dicho nada y esperó a que yo misma descubriera su cabreo. Ahora cuadraba todo. Por eso no había querido bajar a fumar un cigarro conmigo en toda la mañana, y eso que ella fuma como un carretero. Encima de enfadada, debía de tener un monazo encima que no se aguantaba. Perfecto, a ver cómo salía yo de esa.
-Señorita E., ¡Pero si has descubierto mi blog!
-Sí.
-Nena, ¿te has mosqueado?
-¿Tú qué crees?
-Pero no te enfades, por favor, era una broma, sin ánimo de ofender…
-Sí, ya.
-Bueno, dime al menos cómo lo has descubierto.

Entonces la Señorita E. levantó la voz y dijo. “No es tan difícil, basta con poner en google Señorita E. y blog”. Inocentemente, semanas atrás le había confesado su nick a mi jefecilla. En ese momento, intervino Orujix (la única persona del trabajo hasta ese momento autorizada a mirar el blog). “No habléis tan alto. Topo ya se ha quedado con la copla y está buscando el blog”.

Oh, no. Empecé a sudar. Lo veía claro: el efecto dominó haría que mi jefe, en menos de 15 minutos, descubriera este rincón de libertad de expresión. Aprovechando que él estaba en una reunión y que ya eran casi las dos, le pedí a Topo que cerrara el ordenador y me llevara a mi casa a comer. En el camino le expliqué que, si bien le he tachado de obseso sexual y capullo en estas páginas, no me importa que lo lea, porque sé que tiene sentido del humor, pero que, por favor, no hiciera correr la voz. Así lo prometió, pero yo no me fié. Así que en vez de comer, dediqué todo mi tiempo libre a borrar muchas de las entradas que he escrito en los últimos meses, no sin pena. Me queda el consuelo de guardarlas en "mis documentos".

Desde entonces he escrito poco, y nada sobre el trabajo. De ahora en adelante intentaré evitar el tema, aunque me pase allí dos tercios de mi existencia. Por suerte, al igual que le pasa a Dwalks, para mi ha empezado la temporada de viajes laborales y el domingo me marcho a Asturias a ponerme ciega de sidra y chorizo. Y pimientos de padrón. Ya os contaré qué tal. Besos a todos.

Sue.

Wednesday, May 10, 2006

Letra impresa


¿Qué tienen en común los títulos “La Sagrada Biblia”, “Historia de los hititas” y “Cómo vencer la anorexia”? Lo descubrí el sábado pasado. Ese día D. y yo fuimos a un almacén de muebles de esos de carretera para elegir el mobiliario de nuestra habitación matrimonial que, a día de hoy, es una estancia vacía. El sitio estaba bien, había cosas chulas y bien de precio, pero pronto dejamos de hacer caso a los muebles.

Como los precios eran bajos, parece ser que a la tienda le quedaba poco margen para atrezzo. Así que las composiciones dormitoriales que tenían montadas estaban apenas decoradas con unos marcos de fotos de plástico y, eso sí, con libros, muchos libros en mesillas y estanterías, puestos ahí como de forma casual. Libros, eso sí, un poco raídos. Nos pusimos a mirar los títulos y nos partíamos. ¿Quién tiene como libro de cabecera “Cómo vencer la anorexia” y en la otra mesilla cuatro novelas de Benito Pérez Galdós? En la que nos gustó a nosotros creo que estaba “Las maravillas del antiguo Egipto”. Qué bien nos lo pasamos. Al final no compramos nada, pero es igual, volvemos un día de estos y nos reímos más.

Le pregunté a D. “¿crees que los libros se venden al peso?” Miró a su alrededor y me dijo “está muy claro que sí”. Está claro, sí. Más de un juntaletras endiosado debería pasarse por la carretera de Toledo para que se le bajen un poquillo los humos, ¿no creeis?

Sue

Tuesday, May 09, 2006

El saber no ocupa lugar


Este post está dedicado a todos los que pisaron por primera vez la universidad pensando que entraban en un templo del saber y, en especial, a los jóvenes blogueros que ahora se encuentran en la recta final del Bachillerato, navegando en un mar de dudas sobre qué carrera elegir.

Hace tiempo, Arbusto me contó algo que me impactó bastante. Una profesora de su primer año de carrera les soltó a todos sus alumnos una frase misteriosa: “Ahora es cuando más cosas sabéis de toda vuestra vida”. Él no lo creyó. Nadie en aquella aula. Si yo hubiera estado allí, tampoco la habría creído.

Cuando yo empecé la carrera, mi cerebro aún albergaba conocimientos de las materias más diversas, desde Lengua y Literatura hasta Física y Química, pasando por Matemáticas, Historia, Arte, Latín, Biología, Geología… Una vez en la universidad, cuando vi las extensas bibliografías de mis nuevas asignaturas, pensé en serio que tendría que leerme todos aquellos libros o, al menos, los “obligatorios” (que no eran pocos). Nada más lejos de la realidad.

Aquel primer año me resistía a creer que la universidad fuera el cachondeo que luego descubrí que es. De empollona redomada pasé a relajar mis hábitos de estudio hasta límites impensables en mí, una agonías de primera.

Cuando Arbusto me contó la anécdota de su profesora, hice repaso de todo lo que yo sabía al salir del instituto y todo lo que sé ahora. Resultado: casi nada. Lo que aprendí en mi adolescencia se fue evaporando con los años, y no fue precisamente por la llegada de nuevos conocimientos. En mis cuatro años de carrera, lo único que aprendí fue a fugarme las clases de los profesores que contaban su vida en lugar de explicar su asignatura, a hacer albañilería pura a la hora de entregar trabajos y a aprenderme con alfileres (lo justo para el examen) libros recomendados por profesores, casualmente escritos por ellos y en los que se limitaban a hacer refrito de otros manuales.

¡Qué razón tenía aquella profesora! Yo he llegado a resolver integrales y derivadas kilométricas como quien hace una sopa de letras. Ahora sería incapaz de hacerlo ni aunque mi vida dependiera de ello. ¿Me serviría para algo saber hacer una ecuación de segundo grado? No. ¡Pero antes sabía hacerlas, joder!

Por cierto, cuando estamos a las puertas de la Selectividad nos hacen creer que “salidas” es la palabra clave, pero es “enchufe”. La inmensa mayoría de los jóvenes acabarán ganando salarios de risa, así que da igual, Ireyanil, estudia lo que te apetezca y donde te apetezca.

CC.

Friday, May 05, 2006

Primeras adicciones


Llevo ya varios meses en mi retiro norteamericano y, hasta ayer, no me había percatado de que por estos lares los churumbeles no usan chupete. Esta ciudad está llena de chiquitajos (hay un baby-boom espectacular, señoras), y en todos estos meses no me había dado cuenta de que ninguno, NINGUNO, lleva jamás un chupete. La Sociedad Nacional de Pediatras debe de llevar años boicoteando el uso de semejante cachirulo para evitar malformaciones bucales y cosas así, lo cual me parece muy bien, porque el chupete, reconozcámoslo, es nuestra primera adicción seria.

La verdad es que si yo fuera madre, en cuanto mi churumbel hiciera conato de llantina le enchufaría sin piedad el socorrido artefacto. Si lo pensamos bien, es como la metadona de la teta, porque lo que el niño quiere es chupar teta o, en su defecto, biberón, y no esa cosa que a los pocos días apesta a goma. Pero como es un bebé y no conoce aún las maldades de este mundo, se conforma con su chupe y va tirando... hasta que los progenitores deciden que ya es hora de "dejarlo".

Momentos duros, amigos. En este momento de la vida de un infante se viven episodios realmente dramáticos.

Conozco el caso de amiguitos que, a la respetable edad de 6 años, aparentaban estar limpios en el cole y luego se daban sus chutes en casa, donde nadie, salvo sus sufridos padres, podían verles.

Yo lo dejé cuando tenía casi 4 años. Antes, había vivido episodios vergonzosos, como ir a darle los últimos chupetones a mi chupete antes de ir a la guardería, ya que mi madre no me dejaba llevármelo.

Fue por decisión propia. Siempre he sido una niña muy madura ("ratilla", al decir de Arbusto), y un día cogí mi chupete y mi biberón y le pedí a mi madre una bolsa para tirarlos a la basura. "Mamá, hoy dejo el chupe", recuerdo que dije (tengo mucha memoria remota y mi madre corrobora estas palabras).

Sin embargo, al día siguiente ya tenía el mono. Cuando le pregunté a mi madre por la bolsa, me dijo que ya había pasado el camión y se lo había llevado todo. Tras varios días con temblores y sudores fríos, me acostumbré a vivir sin ello. Eso sí, jamás llegué a buscar en mi pulgar un sustitutivo.

La historia del camión de la basura la he oído muchas veces (también está la versión "ha venido un hombre y se lo ha llevado", con múltiples variantes).

El propio Little Bush sufrió en sus propias carnes la eficaz acción de la brigada de la basura. En su caso, fueron sus propios padres quienes decidieron por él, así que un buen día Arbustín reclamó su chupete y recibió una dura respuesta: "Se lo ha llevado Julián el Basurero" (es lo que tienen los pueblos, que uno conoce los nombres de todo el mundo). Imagino los ojillos de Bushy inundados de lágrimas, aunque él afirma que recibió la noticia con una resignación y una madurez encomiables para sus 2 añitos de edad.

¿Alguien se anima a contar su experiencia, en plan terapia de grupo?

CC.

Thursday, May 04, 2006

Novedades

Ahora que lo pienso, el título incita a pensar en que tengo un notición: lamento desilusionaros. Lo que pasa es que he tenido abandonado el blog una semana y no es plan, así que os cuento lo que he hecho últimamente y quedamos en paz.

Como sabéis, me fui a Viena. Teniais razón: no fue un infierno de viaje, sino todo lo contrario. No tuve que hablar en inglés, sólo escuchar. El bulo salió de mi compañero Topo, que últimamente está obsesionado no sólo con el sexo, sino también con nuestro pobre nivel de idiomas (con razón esta última). Por el contrario, sólo tuve que escuchar y, como no había ningún english ni ningún yanki, sólo personas de otros países que se esforzaban en hacerse entender en inglés, me enteré de sobra de todo. Por lo demás, el viaje consistió en hacer turismo, comer, cenar y tomar copas en sitios chulísimos y por la patilla. A ver si encuentro las tarjetas y os recomiendo por si vais. Sobre todo el sitio donde cenamos el primer día (Nikys Nosequeenaleman), que me alucinó. Los austriacos se alimentan básicamente de grasa animal y maravillosos postres. La primera sobra un poco, pero los segundos, para una enamorada de la glucosa como yo son un sueño. Así que lo pasé bien. Para D. compré un cenicero muy chulo y un llavero (de coña), pero lo que más le gustó fue el patito de goma que le traje de la habitación del hotel. Para mis amigos me decanté por vistosos marcalibros (pinturas del mismo tío que construyó las casas esas wasserhause o como se diga). Preferí no llevar esos repugnantes bombones con la cara de Mozart.

Llegué a Madrid el sábado por la noche y directamente me dirigí a tomar un copazo, aprovechando que G. y Cler estaban en Madrid y que D. estaba en una despedida de soltero y no me iba a quedar yo en casa, jaja. Al día siguiente D. volvió hecho unos zorros y nos pasamos todo el día tirados en el sofá comiendo pizza. El lunes también lo pasamos juntos sin hacer casi nada (vinieron Cler, Att y Quic a tomar café y luego fuimos a casa de otros amigos) y, a lo tonto, se me terminaron los días felices. Porque el martes, pese a ser el aniversario de nuestros héroes madrileños que se enfrentaron a los gabachos en el año de la tos, yo trabajé.

Convertida en afrancesada fui a currar y volví al infierno. Qué poquito me gusta, de verdad. Mi jefe me recibió diciendo: “mañana ven con traje”. Lo bueno de mi trabajo es que voy, casi siempre, como quiero, y eso no incluye trajes. Pero ayer había una reunión de alto nivel en la que yo debía estar presente. Repasé mi escueto vestuario: tengo tres trajes. El primero me lo compré para mi primer viaje (cuando aún me ponía guapa en esas cosas). Nunca fue gran cosa y está hecho una porquería. El segundo, de Caramelo, me lo regaló D. y le costó una pasta. Desafortunadamente, y aunque no he engordado, la grasa de mi cuerpo debe de haberse redistribuido de tal forma que el pantalón me asfixia. Tuve que decantarme, pues, por la tercera opción, un conjunto negro de chaqueta y falda de Zara que me compré una vez para salir del paso. Me sentí como si tuviera un montón de años, qué incómodo, por favor. Hoy me he desquitado con unos vaqueros y unas bailarinas extremadamente cómodas. Me servirán para aguantar esta noche, que quedaré con Petra que hoy regresa por fin de Australia. Qué jodía, vuelve el día que hay amenaza de tsunami. Ya ahondaré en este tema.

Pero lo más importante de lo que he hecho últimamente es conducir. Me he llevado el coche de mi madre (que ya es casi mío) al curro y a más sitios toda la semana. En estos días me han ocurrido los siguientes percances al volante:

-Casi soy arrollada por un taxista en una incorporación: culpa mía.

-Casi me llevo por delante a un pobre motorista: culpa de los dos.

-Me atravesé en el camino del coche de Achero Mañas, para gran enfado de éste (cuando vi El Bola creí que estaba en contra de la violencia, pero no): culpa mía.

-Me he perdido: culpa mía y de Gallardón.

-Hordas de hinchas del Atleti quisieron vapulear mi coche conmigo dentro: culpa del Atleti.

Es todo por ahora. Besos a todos.

Sue