Mundial, multiculturalidad y buen rollo
Pongamos que a mí el Mundial me la trae...
Pongamos que vivo en un país que enarbola con orgullo la bandera de la multiculturalidad y la tolerancia.
Y pongamos que la gente de esta ciudad, a pesar de su diversa procedencia, tiene en común una cosa: no saben relacionarse entre sí, a menos que otros organicen algo para relacionarse.
Ya sé que España se ha quedado fuera del Mundial, pero lo cuento de todas formas. Hace una semana, con la excusa de dicho acontecimiento deportivo, la empresa donde trabajo decidió organizar una comida multicultural con porra incluida. Llegados a este punto, debo añadir que en ese sitio trabajamos personas de 15 nacionalidades distintas, así que la idea era que cada uno llevara alguna comida típica de su país para que todos probáramos la de todos.
Muy buen rollo, sí.
Yo decidí estrenarme en el maravilloso mundo de la cocina española y hacer una tortilla de patatas, algo que no he hecho en mi vida. Por supuesto, dos días antes hice una de prueba en casa, para comprobar que soy capaz de darle la vuelta a la susodicha sin convertirla en huevos revueltos (en la sobrevalorada Casa Lucio hacen algo por el estilo y luego te cobran una pasta gansa, no te j***).
Resultado: un 8,5, porque me quedó un poco corta de sal. La noche de víspera preparé una tortilla con cebolla y otra normal y las guardé en el frigo.
Un exitazo, señoras. Ambas tortillas desaparecieron en la primera ronda, mientras que aún quedaban en la mesa platos asquerosos, como la ensalada de repollo de los alemanes y los noodles de los chinos y los coreanos. ¿Sopa con fideos de aperitivo? ¡Venga, hombre!
Hasta un colega sirio, musulmán para más señas, se atrevió a probar la tortillita con cebolla después de decirle los ingredientes. El muy musulmán no había catado nada por miedo a que algo llevara cerdo y/o grasa de cerdo y no se lo dijeran. Se chupó los dedos, el sirio...
La fiesta culinaria me sirvió para darme cuenta de dos cosas:
1.- La gente tiene pocas ganas de meterse en la cocina. Hubo mucha pizza, mucho donut y mucha galleta del Starbucks.
2.- La gente es muy rata. Nadie se rascó el bolsillo para poner un p*** dólar para la porra.
3.- (Bonus track). El jefe nos regaló a cada uno una banderita de nuestro país para decorar nuestro escritorio. Yo no he tenido en la vida ni una mísera pegatina con la bandera de Ejpaña, así que ahí estaba yo, con la dichosa banderita y sin saber dónde colocarla.
De repente, se me ocurrió ponerla en un sitio en el que "casualmente" tapo a mi compañero de pupitre, un chino gay cuyo acento me pone enferma, aunque no más que su ruidosa y asquerosa forma de sorber fideos delante del ordenador, mientras sigue trabajando.
Aclaro que no tengo nada en contra de los gays ni de los chinos, pero sí en contra de los puercos que hacen más ruido comiendo que un cochino jabalí. He dicho. ¡Viva la bandera ejpañola!
CC.