Mi amiga la virgen
Cuando empecé a referirme a Elisa como “la virgen” cada vez que hablaba de ella con mis colegas de Madrid, jamás pensé que, años después, todo el pueblo se referiría a ella con el mismo apodo. Y se lo ha buscado ella solita. A propósito, además.
Me explico (aunque algunos ya habéis oído hablar de esta chica): Elisa es mi amiga de la infancia, una niña a la que he visto cambiar los dientes y pegar el estirón, aunque también transformarse en una mujer agria e hipócrita. Por eso me permito despacharme aquí a gusto.
A los 18 años (mayoría de edad), Elisa decía cosas como: “Franco también hizo cosas buenas para España”; “la prueba de que Dios existe es que todas las civilizaciones a lo largo de la historia han creído en un ser superior, eso significa que debe haber algo”; “yo quiero llegar virgen al matrimonio, porque me hace ilusión vestir de blanco legítimo y que la noche de bodas sea mi primera vez”.
Esta última frase ha traído cola, sobre todo desde que empecé a pensar que lo cumpliría a rajatabla. Me explico de nuevo: Elisa se echó su primer novio a los 15 años. El chico, Adrián, es hoy su marido. A medida que pasaban los años, la relación entre ambos perdió toda la chispa que se supone que debe mantener viva a la pareja. No tenían tema de conversación, ella desacreditaba cada cosa que él decía, siempre se quejaba de él… Podría decir que parecían una pareja de jubilados, pero es que hasta mis abuelos tienen más marcha que ellos a los cuatro años de noviazgo.
Mi madre no se creía ni borracha eso de llegar virgen al altar. “Fíate tú de las modositas”, decía. Pero lo que ni mi madre ni la gente que no la conoce entienden es que Elisa no es “modosita”. Tampoco creo que se deba a sus creencias religiosas ni a que sea frígida. Simplemente, el sexo no le llama la más mínima atención porque está aburrida de su novio desde que cada año de noviazgo comenzó a parecerse terriblemente al anterior, y así hasta el infinito. Es la típica pareja que sigue adelante por pura inercia. Por supuesto, apostaría cualquier cosa a que Adrián se buscó la diversión por su cuenta mientras estudiaba su carrera en la otra punta de España.
La parejita se casó este verano. Y hace unos días, hablando con mi madre, me cuenta que en su trabajo unas compañeras estaban hablando de ella. “¿Qué Elisa?”, preguntó una. “La virgen”, respondió la otra. Al parecer, según le contaron a mi madre, la chica se encargó de propagar su virginidad dejándolo caer ante un reducido grupo de amigos (en plan: “Voy de blanco con todas las de la ley”, o algo así) a sabiendas que esas cosas corren como reguero de pólvora.
CC.