
Está feo hablar de uno mismo y, mucho más, hablar bien. Pero dado que he sido vilipendiada desde algún
blog, me veo en la necesidad de enumerar una serie de hechos que confirman mi bondad innata. Que soy un cacho de pan, joder.
-Compartir es vivir. En 1º de parvulitos, la seño me dio dos sugus (por buena). Reservé una para mi hermanita. Más tarde perdí el mío y, en lugar de quedarme el de la pequeña Hei, me quedé sin sugus. Este talante generoso me ha acompañado toda mi vida. Así, por ejemplo, compartí (en forma de cañas) con mis colegas del curro los 60 euracos que gané en la porra de OT1.
-Buscadora de trabajos. He encontrado curro a un montón de gente. Entre ellos (aunque quizá no esté precisamente agradecido, pues el puesto se adecuaba más a un latinkín que a su perfil intelectual), a Arbusto. Que me acuerde, también a mi prima y a una chica que no conocía demasiado, pero que era la única persona de mi alrededor que sabía portugués. Además, a mi hermana pequeña le sugerí el negocio que le proporciona sus ahorrillos de estudiante y que amenaza con convertirse en el sustento de la familia como sigan las cosas así en los curros «serios»: fabricar y vender bisutería.
-Nunca me enfado. Nunca, nunca, al menos con mis amigos. No me enfado aunque quede y me den plantón, aunque pongan la música muy alta o aunque se rían de mi (no conmigo) por alguna de mis meteduras de pata habituales. Y si alguna vez me enfado, me arrepiento al minuto.
-No me gusta putear a la gente. En mi curro ha venido un tío nuevo. Todo el mundo dice que hace un año que no se ducha. Tal es su hedor que su propio jefe se está planteando cómo decírselo de forma delicada. Pues yo me opongo. Nos jodemos los demás, ya se dará cuenta. Creo que no le diría a nadie que huele mal, que tiene bigote (si es una chica), que tiene caspa, sarro ni nada por el estilo.
-Siempre me gustan mis regalos. Nunca me quejo de lo que me regalan; no he cambiado un regalo en mi vida. Es cierto que casi siempre aciertan. De todos modos, aunque no sea lo que hubiera comprado yo, siempre pienso que lo han comprado pensando en mí, así que le saco el lado bueno.
-Si tengo que perder la vergüenza por hacer una buena acción, la pierdo. Eso es exactamente lo que me pasó en la Feria del Libro del año pasado. Paseaba con D. por el Retiro y él, amante del cómic español, se acercó a Jan, el autor de Superlópez, que estaba firmando ejemplares. Esperamos la cola y le firmó su cómic, pero no le hizo ningún dibujo, aunque a los demás sí se lo había hecho. D. se fue cabizbajo y yo le insistí en que volviera y se lo pidiera, pero le daba reparo. Así que cuando cerraron y Jan se largaba, le arrebaté el comic y me puse a perseguir al autor.
«Eh, oiga, oiga...» Ni caso. «¡Oiga, señor Jan!» Ni puto caso. «¡¡¡POR FAVOR, SEÑOR JAN, HÁGAME UN DIBUJOOOOOOOO!!!" Ni se inmutó. Entonces me vi en la obligación de zarandearle un poquitín y el tío se dio la vuelta, aterrorizado. «Por favor, ¿me puede dedicar un dibujo?», le sonreí. Confuso, me intentó decir que no con gestos hasta que se acercó, jadeando por la carrera, un tío de la editorial, que gritaba «¡que es sordo, joder!» Qué bochorno. Pero el caso es que finalmente todo se aclaró, el tío dibujó (un boceto tembloroso como pocos, tendríais que verlo) y mi D. se fue tan feliz.
Sue