Más tontos que un cerrojo
En el mundo hay personas que son muuuy tontas (véase Sofía Mazagatos). O que, sin ser tan lerdos a priori, por un desliz o un lapsus se ganan fama para toda la vida (véase Carmen Calvo y sus Pixie y Dixie). El caso es que las meteduras de pata y el absurdismo están a la orden del día. Aquí tenéis ejemplos.
-Emilie. Es una francesita un poco mongui vecina de mi hermana. No la conozco personalmente, pero me ha hablado tanto de ella que ya es como de la familia. Emilie hace cosas como encerrarse a escuchar La Marsellesa (no es coña) o preguntar qué se hace con el agua de fregar después de fregar. El otro día consultó en el periódico qué tiempo iba a hacer. "Granada: 15º / -1º" decía la predicción. Emilie bajó rápidamente a casa de mi hermana y le preguntó, "¿eso significa 14º, no?”
-CS. Una amiga a la que hace tiempo no veo. Protagonista de grandes pifias, ahora sólo me acuerdo de una, quizá su mayor hazaña. Pasó hace siete u ocho años. Estábamos unos cuantos una tarde en casa de Arbusto y salimos a tomar algo. Todos menos CS, que estaba en el baño y no se percató de que nos íbamos. Arbusto, que no tenía teléfono fijo, cogió el móvil y cerró con llave. CS no tenía móvil. No se sabía a qué hora íbamos a volver, si volvíamos, y nosotros ni nos enteramos. Así que se vio sola e incomunicada. Pero la casa tenía una ventana interior. Si algún vecino entraba por el portal, podía pedirle que llamara por teléfono para que alguien le abriera la puerta. Pasó una vecina. Pero CS, en lugar de decirle “Disculpe, mire lo que me ha pasado, ¿puede llamar a mi amigo?” lo que hizo fue, sigilosamente, hacer señas y pasarle un papel a la señora. La atónita vecina recibió un mensaje misterioso: “Mi nombre es CS. Vivo en la calle tal, nº tal. Estoy encerrada. Por favor, llame a mi familia” (sic). La vecina, asustada, pensó que CS era víctima de una red de trata de blancas. O que la tenían secuestrada para vender sus órganos. O para coser ropa de H&M 20 horas al día. O cosas peores.
La que se organizó después fue fina, pero lo dejo para otro día. Sólo digo que, aunque me sentí muy culpable por haberme olvidado de ella, lloré de risa como pocas veces.
-Richi el becario. Los becarios son colectivo del que se pueden sacar tantas anécdotas… pero no hay que ser mala. Yo, piojo resucitado, era hace dos días una triste becaria, y muchos amigos míos lo son. Me limitaré a la historia de uno, bastante más tonto que la media. Richi, plumilla becario, recibió la orden de entrevistar a un músico.
-¿Dónde vas, Richi? -le preguntó mi amigo G.
-A hacer una entrevista al músico X.
-No lo conozco; ¿qué instrumento toca?
–No lo sé.
-¿Cómo que no? No puedes ir así a la entrevista. Vamos a buscarlo en esta documentación. Mira, aquí dice que toca el cello.
-¿El Chelo? No sé, tío, pero a mi Chelo me suena a una tía que friega escaleras.
-Gañán. El pueblo de mi señora madre, donde tantos buenos ratos he pasado incluso sobria, es también una gran cantera. En la ilustre villa había una floristería de nombre “El jardín de Fany”. No conocía a su propietaria, pero seguramente su nombre completo era Tía Epifania o algo así. Un día, tendríamos 16 años, uno de mis amigos me preguntó, “¿Qué significa Fany en inglés?” “¿Cómo? ¿funny? Significa divertido”. “Ah”. Seguí comiendo pipas y, al rato, me doy cuenta de que Gañán está murmurando algo para sí. Pego la oreja y oigo “Mmmm… el jardín de… el jardín… ¡Ah, claro: el divertido jardín de Fany!”
-Froski. El mejor amigo de D. Le tengo mucho aprecio, aunque a veces le mataría. No hace mucho estaba con él tomando unas cervezas y hablando con el camarero. Se pusieron a hablar de equipamiento para esquiar. Y en esto que el camarero dijo algo así como “sí, joé, tío, el casco es importante. Y también le tengo que comprar unas rodilleras a mi novia”. Ante esta segunda aseveración, Froski se empezó a descojonar a carcajadas solo. Y no paraba, oyes. Al camarero, en cambio, no le hizo ni puta gracia. Y yo, en medio, cuando por fin comprendí el chiste, sólo pude ponerme roja como un tomate y sonreír. Qué situación.
-Sue. Sí, amigos. A estas alturas muchos de vosotros, sobre todo los que me conocéis desde hace más, estaréis pensando en comments hirientes sobre el millón de veces que he sido yo la que la he cagado. Como cuando puse “agnus horribilis” (cordero horrible) en lugar de “annus horribilis” en ese bonito trabajo de la facultad. O cuando le tiré encima violentamente una jarra de horchata a una camarera y, para recoger los trozos, hice lo que alguno denomina como “bailar breackdance”. O cuando llegué tarde a un examen sin boli y no se me ocurrió otra cosa más que pedírselo al único ciego de la clase. Queda claro: a) he demostrado en sobradas ocasiones que para meter la pata no tengo precio y b) En este blog también hay espacio para la autocrítica. Así que, sin acritud con los demás. Besos.
Sue